La primera lectura contrapone
dos tipos de personas: aquellas que se fían de Dios y
siguen sus indicaciones por convencimiento, y aquellas
que se apoyan sólo en los hombres apartando su corazón
del Señor. Las primeras crecerán bien regadas y darán
fruto, mientras que las segundas serán como cardos secos
que no harán el bien ni dejarán hacerlo.
¿Demasiado fuerte este mensaje?
Pues más crudo y atrevido es el evangelio de las
bienaventuranzas, sobre todo éste de San Lucas que añade
amenazas contra los ricos, los hartos... Para muchos es
un pasaje difícil de encajar. Hay quien quisiera que no
se le hubiera ocurrido a Jesús, porque menuda faena eso
de cumplir las bienaventuranzas. A otros, cuando las
meditan con sinceridad, se les cae la cara de vergüenza.
Hay quien dice que es un ideal excesivo para el cuerpo y
para el alma... Y hay quien considera que es la página
más testimonial y revolucionaria del Evangelio.
En efecto, ninguna otra página
retrata a Jesús como las bienaventuranzas. Son su
alternativa original, la espiritualidad desafiante que
ha convencido y encantado a muchos, las líneas
aparentemente torcidas que ayudan a ir derecho, la
mentalidad que echa por tierra los falsos valores que
pretenden imponerse socialmente.
Hemos de estar muy agradecidos
a Jesús por las bienaventuranzas, porque trazan los
caminos de la verdadera felicidad. ¿Puede ser dichoso un
pobre, un hambriento, uno que llora o uno que es odiado
o perseguido? Jesús nos dice que sí, siempre que la
causa sea la virtud. E indirectamente asegura: por el
camino de los vicios nadie es verdaderamente feliz. Para
Jesús el valor humano no está en el rico, en el que
triunfa y es famoso a cualquier precio, en el que tiene
poder e influencia y mira a los demás por encima del
hombro, en el que se divierte descaradamente, en el que
manda sin escrúpulos, en el que se ríe de los pobres,
etc. ¿Genera más felicidad la sociedad de la abundancia
que el Evangelio? ¿No seremos más felices teniendo menos
y compartiendo más? El valor para Jesús está en el que
elige ser pobre, desprendido, sencillo... Intentar la
felicidad al margen de las bienaventuranzas es como
querer respirar sin atmósfera.
No, las bienaventuranzas no son
ninguna tomadura de pelo. Son la mejor noticia del
Evangelio, una fina espiritualidad que sólo los
sensibles y los de corazón limpio pueden captar. Son el
programa del Reino de Dios, el cuestionario que hemos de
aprobar todos los que intentamos ser cristianos.
Si el mensaje de hoy es, ya de
por sí, inquietante, lo acentúa aún más la Campaña
contra el Hambre que nos presenta la Organización Manos
Unidas. La miseria y el hambre siguen siendo una
vergüenza y un escándalo diarios. Basta abrir los ojos
para observar que la solidaridad no crece ni se respeta
la dignidad de los pobres. La gente normal y sencilla se
conmociona ante este problema punzante; los políticos y
los dirigentes de las multinacionales no; al menos no se
nota.
Los extremos se alejan: de un
lado están los sectores y países de la técnica, el
desarrollo, la comodidad, el consumo y hasta el
despilfarro; de otro, los sectores y países del hambre,
la injusticia, la miseria, la enfermedad, la muerte
prematura... Sabemos muy bien que el hambre está matando
a muchos seres como nosotros. Puede que nuestras
conciencias se sientan momentáneamente sacudidas; pero
el problema sigue ahí martilleando el alma.
El amor cristiano, según el
ideal y el testimonio de Jesús, no admite ninguna
marginación; es compasivo ante el sufrimiento y la
miseria humana. Manos Unidas nos lo recuerda todo el año
pero de manera especial en este mes de febrero.
¿Qué podemos hacer nosotros? Lo
primero: aprender de Jesús la dicha de ser pobre. Seguir
a Jesús comporta aprender a ser pobre hasta elegir
voluntariamente serlo. Quien vive el don de la pobreza
evangélica contempla y utiliza los bienes materiales
como un medio de comunión; no se hace esclavo de las
cosas; no las busca con ansiedad. Quien se siente pobre,
rehúye todo privilegio, entiende que la verdadera
dignidad reposa en la sencillez y adopta una postura de
igualdad con los demás.
¿Qué más podemos hacer? No
habituarnos a las imágenes que nos llegan por los medios
de comunicación, ni buscar justificaciones para no
implicarnos pensando que la responsabilidad principal la
tienen otros. Podemos hacer algo entre muchos para que
el mapa de la pobreza y del hambre no siga creciendo. Ya
lo dice el refrán: “Un grano no hace granero, pero ayuda
al compañero". Tu testimonio puede crear estilo en tu
ambiente.