El amor esponsal de Dios con su pueblo está preciosamente contado y
cantado en el pasaje de Isaías:
"Te pondrán un nombre nuevo,
pronunciado por la boca del Señor.
Serás corona fúlgida en la mano del Señor
y diadema real en la palma de tu Dios.
Ya no te llamarán 'abandonada',
ni a tu tierra 'devastada';
a ti te llamarán 'mi favorita',
y a tu tierra 'desposada';
porque el Señor te prefiere a ti
y tu tierra tendrá marido.
Como un joven se casa con su novia.
Así te desposa el que te construyó;
la alegría que encuentra el marido con su esposa,
la encontrará tu Dios contigo".
En consonancia con este mensaje, vemos a Jesús invitado a una boda.
Ahí lo tenemos de lo más normal, alternando, celebrando el amor de una pareja,
disfrutando la amistad humana y la fiesta.
Dice San Juan que en medio de la boda comenzó sus signos al
servicio del mensaje que debía proclamar y de la fe que quería despertar. Y el
evangelista resalta que el primer signo lo realizó motivado por su madre.
María estaba allí, pero no de cualquier manera. Aunque discreta y como en
segundo plano, observó que faltaba algo. No se le pasó el detalle, no estuvo
distraída. Hizo suyo el problema y lo compartió con Jesús. María es de las
personas que saben estar sin llamar la atención, solucionando problemas
de manera eficaz y discreta.
Jesús también actuó de manera sencilla. El protagonismo llamativo no
va con su personalidad. La mediación de su madre adelantó su hora. Ella
dijo simplemente: "Haced lo que él diga". Después el signo sorprendió e
interrogó: "manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos". A lo largo de
la historia, el pueblo cristiano ha mantenido una tradición: la intercesión de
María es acogida siempre eficazmente por Jesús.
En la carta a los corintios San Pablo resalta algo maravilloso que se
da en la Iglesia de todos los tiempos: gracias a la acción del Espíritu Santo
hay una diversidad de dones, de funciones y de servicios, que enriquece la vida
de las comunidades sin que se quiebre su unidad. Hemos oído muchas veces lo
valiosa que es la unidad conjugada con la diversidad. A ello alude San Pablo,
pero destacando que la iniciativa viene de Dios y que los diferentes dones para
la edificación común reflejan la identidad del Espíritu. Es así como Dios se
comunica, se entrega y se derrama.
Este pasaje de la carta a los corintios no ha
perdido actualidad. El Espíritu Santo sigue iluminando y promoviendo distintos
modos de seguir a Jesús y de hacer comunidad; sigue sorprendiéndonos
con sus iniciativas. Por eso, la vida de la Iglesia no es uniforme, sino
plural, pero salvando siempre el bien común y el valor de la unidad.