Domingo de Ramos en la Pasión
del Señor - Ciclo B
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (50,
4-7):
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,
para saber decir al abatido una palabra de
aliento. Cada mañana me espabila el oído, para
que escuche como los iniciados. El Señor me
abrió el oído; y yo no resistí ni me eché atrás:
ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las
mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé
el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor
me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por
eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo
que no quedaría defraudado.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 21
R/. Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de mí, hacen visajes,
menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo
ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo
quiere.» R/.
Me acorrala
una jauría de mastines, me cerca una banda de
malhechores; me taladran las manos y los
pies, puedo contar mis huesos. R/.
Se reparten mi ropa, echan a suertes mi
túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R/.
Contaré tu fama a mis hermanos, en medio
de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor,
alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Filipenses (2, 6-11):
Cristo, a pesar de su condición divina, no
hizo alarde de su categoría de Dios; al
contrario, se despojó de su rango y tomó la
condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y
una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó
sobre todo y le concedió el
«Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al
nombre de Jesús toda rodilla se doble en el
cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua
proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de
Dios Padre.
Palabra de Dios
Evangelio
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san
Marcos (15, 1-39):
C. Apenas se hizo de día, los sumos
sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el
Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a
Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Pilato le preguntó: S. «¿Eres tú el rey de
los judíos?» C. Él respondió: + «Tú lo
dices.» C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban
de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:
S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos
presentan contra ti.» C. Jesús no contestó
más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le
pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás,
con los revoltosos que habían cometido un
homicidio en la revuelta. La gente subió y
empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato
les contestó: S. «¿Queréis que os suelte al
rey de los judíos?» C. Pues sabía que los
sumos sacerdotes se lo habían entregado por
envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron
a la gente para que pidieran la libertad de
Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les
preguntó: S. «¿Qué hago con el que llamáis
rey de los judíos?» C. Ellos gritaron de
nuevo: S. «¡Crucifícalo!» C. Pilato les
dijo: S. «Pues ¿qué mal ha hecho?» C.
Ellos gritaron más fuerte: S. «¡Crucifícalo!»
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les
soltó a Barrabás; y a Jesús, después de
azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados se lo llevaron al interior del
palacio –al pretorio– y reunieron a toda la
compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron
una corona de espinas, que habían trenzado, y
comenzaron a hacerle el saludo: S. «¡Salve,
rey de los judíos!» C. Le golpearon la cabeza
con una caña, le escupieron; y, doblando las
rodillas, se postraban ante él. Terminada la
burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su
ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno
que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de
Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo
forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al
Gólgota (que quiere decir lugar de «la
Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero
él no lo aceptó. Lo crucificaron y se
repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para
ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana
cuando lo crucificaron. En el letrero de la
acusación estaba escrito: «El rey de los
judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno
a su derecha y otro a su izquierda. Así se
cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron
como un malhechor.» Los que pasaban lo
injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: S.
«¡Anda!, tú que destruías el templo y lo
reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo
bajando de la cruz.» C. Los sumos sacerdotes
con los escribas se burlaban también de él,
diciendo: S. «A otros ha salvado, y a sí
mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey
de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo
veamos y creamos.» C. También los que estaban
crucificados con él lo insultaban. Al llegar el
mediodía, toda la región quedó en tinieblas
hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús
clamó con voz potente: + «Eloí, Eloí,
lamá sabaktaní.» C. Que significa: +
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?» C. Algunos de los presentes, al
oírlo, decían: S. «Mira, está llamando a
Elías.» C. Y uno echó a correr y, empapando
una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y
le daba de beber, diciendo: S. «Dejad, a ver
si viene Elías a bajarlo.» C. Y Jesús, dando
un fuerte grito, expiró. El velo del templo se
rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que
estaba enfrente, al ver cómo había expirado,
dijo: S. «Realmente este hombre era Hijo de
Dios.»
Palabra del Señor
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Comentario homilético
El domingo de Ramos es el
pórtico de la semana grande del año litúrgico. Es un
día en el que resalta un contraste: Por una parte,
se conmemora la entrada sencilla y pacífica de Jesús
en Jerusalén entre aplausos y aclamaciones; por
otra, se evoca el rechazo y la condena de Jesús.
Esta entrada de Jesús, como
profeta y mesías, acentuó la crítica ante el montaje
religioso que se había establecido. Jesús denunció
el mal uso que se hacía del templo y de la ley, se
enfrentó con los que se aprovechaban del sentimiento
religioso de la gente; por eso resultaba cada vez
más incómodo y molesto para la clase dirigente. Por
tanto, había que eliminarlo sin más espera.
El domingo de Ramos
representa el claroscuro de la suerte de Jesús:
triunfo y humillación, aclamación y sentencia,
aplauso y pasión. Aquel día, mientras unos alababan
al Altísimo y al profeta de Nazaret, otros, los
dirigentes religiosos, lanzaban la última trama para
acabar con él. Y lo consiguieron retorciendo
argumentos y engañando al pueblo. El ambiente se
enrareció. Y hasta los discípulos huyeron
sobrecogidos de miedo. Tan sólo su madre, Juan y
algunas mujeres demostraron comunión y valentía.
Muchos de los que hoy nos
decimos cristianos, a la hora de la verdad, somos
igualmente miedosos y cobardes. Lamentamos que Judas
traicionara a Jesús, que Pedro lo negara, que los
demás discípulos se ocultaran y lo dejaran sólo...
¿Qué hubiéramos hecho nosotros? ¿Habríamos
arriesgado por Jesús? ¿Hasta qué punto nos convence
la espiritualidad de la cruz?
Seguir a Jesús hasta el
Calvario sigue siendo para todos una asignatura
pendiente. Probablemente pensemos que para seguirlo
en la vida ordinaria no hace falta pagar un precio
tan alto. Sin embargo, Jesús, como creyente, nos
deja este gran ejemplo: la obediencia a Dios no
tiene fronteras.
Vivamos, pues, con
reflexión y responsabilidad estos días de la Semana
Santa. Para un cristiano nunca pueden ser simples
días de vacaciones.
P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.
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