MI CRISTO ROTO
«El hermoso Cristo de Carlos
Pereira, llegado de Madrid, es elevado en el lugar preparado para ello en el
presbiterio de la Capilla. El Cristo es una representación de medidas humanas,
colocado en una cruz gigante. Es hermosísimo».
Esto escribía el cronista de la Casa del Perpetuo
Socorro de Vigo el 7 de junio de 1994. En aquel momento la
Iglesia no tenía ninguna talla de Cristo. Se pensó entonces en poner
una, colocada sobre una cruz exenta, es decir clavada en tierra y
sin apoyar en ninguna pared. La cruz fue preparada con dos vigas
maestras traídas de una vieja casa de Teo perteneciente a la familia
Porto. Estaban guardadas con mimo para otro fin familiar, pero al
enterarse que podían ser destinadas para sostener a Cristo, no
dudaron ni un momento en donarlas a la iglesia. Al contrario,
siempre se sintieron orgullosos de ver el hermoso fin de aquellas
vigas de la vieja casa familiar que habían visto nacer a nueve
hijos.
Una falta de previsión en el tratamiento del palo
vertical, hundido en tierra, hizo que éste, poco a poco, se fuera
humedeciendo y pudriendo, hasta que un buen día no aguantó más y
todo se vino abajo. Esto ocurría el 6 de enero de 2002. Ese día,
vuelve a escribir el cronista de esta casa:
«Los Reyes nos trajeron
un milagro. La enorme cruz de madera en la que estaba puesto el
Cristo se cayó a las siete de la mañana, cuando la iglesia estaba todavía
cerrada; si hubiera ocurrido más tarde, posiblemente hubiera habido
alguna desgracia».
El Cristo caído, roto y desarmado fue envuelto en
una manta y colocado en la trastera junto a otros cacharros viejos.
Allí ha permanecido durante 6 años, arrinconado, abandonado y lleno
del polvo sin que nadie se acordase de él.
En verano de 2008, hubo cambio de equipo
sacerdotal en la parroquia. Un día, los nuevos sacerdotes andábamos
reconociendo la casa y, al llegar a este rincón, sentimos curiosidad
por ver lo que había envuelto en aquella manta; al abrirla, nos
encontramos con el «Cristo roto». Fue una
sorpresa. Nuestra memoria se llenó de poemas y
páginas que relatan con este título historias
parecidas y pensamos que nuestro Cristo podía
ser rescatado y devuelto a la devoción de los
fieles dejándolo como está, sin restaurar y,
además, con toda la razón del mundo, con el
significativo título de «mi Cristo
roto». La idea pareció buena a
cuantos consultamos. Los primeros en aceptar el proyecto fueron
Vicente y Lino que se comprometieron a preparar ellos mismos el
marco en el que iba a ser colocado. Han sido días de trabajo
intenso, cuidando con mimo hasta el más mínimo detalle.
Hoy «mi
Cristo roto» es ya una realidad. Ahí está, hermosamente colocado en
el fondo de la iglesia para que los fieles lo puedan besar y tocar;
para que puedan acudir a él, como en otros tiempos, a rezarle y
dejar a su plantas las cargas y preocupaciones que tanto nos agobian
y, sobre todo, para que, en este Cristo de la iglesia, vean y
descubran a tanto cristo roto como anda por la vida; cristos
olvidados en lo que nadie piensa, cristos tratados como un
cacharro más en este mundo sin piedad, durmiendo a la intemperie
bajo una manta o esperando, clavados en su cruz, a que alguien
llegue a darles un beso de amor.
A «mi
Cristo roto» se le han caído algunas
espinas de la corona. Decían los antiguos que las golondrinas eran
quienes quitaban esas espinas de la corona de Cristo. Hoy esta tarea
se te encomienda a ti. «Mi Cristo roto» tiene los brazos
descoyuntados; espera que le prestes los tuyos para llenar la tierra
de bendiciones. A «mi Cristo roto» la falta una pierna. No se mueve;
te espera siempre, pero pide tus pies para llegar a todos aquellos
rincones a los que nadie va, para entrar en aquellas casas donde
Dios ha muerto.
Este es
«mi Cristo
roto» el que un día entró en
esta iglesia y, tras un accidente, lastimado te sigue esperando para
que vengas a visitarle a echarle una mano.
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