Está claro: Dios no hace
distinciones. Es Padre de todos y quiere a todos de
una manera semejante. No pone ni admite barreras a
su amor. Su cariño es singular, abarcante y
universal. Además, es misericordioso, especialmente
sensible y cercano al pecador, sea de la nación que
sea. Ojalá siguiéramos su ejemplo en la Iglesia.
La clave y el recurso de
Dios en toda situación es el amor. Él es la fuente
de la vida y de los buenos sentimientos. Con qué
sencillez y convicción lo expresa San Juan: Dios nos
ha amado desde el principio, el primero, y nos ha
enviado a su Hijo como Redentor. Ofrece la salvación
a todos, aunque puede no ser acogida.
Así es la dinámica del amor
cristiano. El punto de partida está en Dios que es
Amor. La Trinidad es Amor, se alimenta de amor,
expande amor. Conocer a Dios es entrar en el círculo
del amor. Fe y amor se corresponden: "Todo el que
ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama
no ha conocido a Dios". Dicho de otra forma, no es
creíble el amor a Dios sin muestras de amor al
prójimo. Por eso, quien experimenta a Dios no puede
rezumar otro talante que el amor a los demás. La
gran señal de haber conocido a Dios es el
amor solidario. Por ahí llega también la felicidad.
El Evangelio de San Juan
repite insistentemente este dinamismo original del
amor cristiano. Hoy, permaneciendo de fondo el valor
de la unión con Jesús, el texto resalta el amor como
experiencia, como donación y como consejo. La fuente
o el punto de partida siempre es Dios Padre: "Como
el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced
en mi amor". Pero Jesús se atreve a ponerse como
ejemplo: "Amaos como yo os he amado". No lo hace por
soberbia, ni por vanagloria, sino por servicio
testimonial. Si nos alimentamos con su savia
mística, debemos respirar un talante como el suyo.
Este consejo: "Amaos como
yo os he amado", es el gran testamento que nos deja
Jesús. Es su gran experiencia como creyente e Hijo
de Dios. No hemos de entenderlo como un mandato,
sino como una propuesta consecuente y lógica con la
vida de fe, como una respuesta necesaria y elegante
al amor de Dios que se ha adelantado a querernos y
nos sigue acompañando generosa y cariñosamente.
Jesús hace un apunte
sobresaliente: "Nadie tiene amor más grande que el
que da la vida". Es decir, la manifestación suprema
del amor es el martirio. Él, como buen pedagogo, ha
ido por delante con el ejemplo.
Y el detalle final: Jesús
nos elige como amigos, nos ofrece su amistad para
que disfrutemos una alegría desbordante: "Todo lo
que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer para
que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría
llegue a plenitud". El cristiano verdadero ha de
respirar una alegría serena y contagiosa. El buen
humor no deriva sólo del temperamento. También es
fruto de la compenetración con Dios.
P. Octavio Hidalgo, C.Ss.R.