Sal 21
R/. Dios
mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de
mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que
lo libre si tanto lo quiere». R/.
Me acorrala una jauría
de mastines,
me cerca una banda de
malhechores;
me taladran las manos y los
pies,
puedo contar mis huesos. R/.
Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no
te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a
ayudarme. R/.
Contaré tu fama a mis
hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
«Los que teméis al Señor, alabadlo;
linaje de
Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de
Israel». R/.
Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San
Marcos 14, 1 — 15, 47.
C. Faltaban dos días
para la Pascua y los Ácimos. Los sumos
sacerdotes y los escribas andaban buscando cómo
prender a Jesús a traición y darle muerte.
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con
los ancianos, los escribas y el Sanedrín en
pleno, hicieron una reunión. Llevaron atado a
Jesús y lo entregaron a Pilato.
Pilato le
preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de
los judíos?».
C. Él respondió:
+ «Tú lo dices».
C. Y los sumos
sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato
le preguntó de nuevo:
S. «¿No contestas nada?
Mira de cuántas cosas te acusan».
C. Jesús no contestó
más; de modo que Pilato estaba extrañado. Por la
fiesta solía soltarles un preso, el que le
pidieran.
Estaba en la cárcel un tal
Barrabás, con los rebeldes que habían cometido
un homicidio en la revuelta. La muchedumbre que
se había reunido comenzó a pedirle lo que era
costumbre.
Pilato les preguntó:
S. «¿Queréis que os
suelte al rey de los judíos?».
C. Pues sabía que los
sumos sacerdotes se lo habían entregado por
envidia.
Pero los sumos sacerdotes
soliviantaron a la gente para que pidieran la
libertad de Barrabás.
Pilato tomó de nuevo la
palabra y les preguntó:
S. «¿Qué hago con el
que llamáis rey de los judíos?».
C. Ellos gritaron de
nuevo:
S. «Crucifícalo».
C. Pilato les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha
hecho?».
C. Ellos gritaron más
fuerte:
S. «Crucifícalo».
C. Y Pilato, queriendo
complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a
Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que
lo crucificaran.
Los soldados se lo
llevaron al interior del palacio —al pretorio— y
convocaron a toda la compañía. Lo visten de
púrpura, le ponen una corona de espinas, que
habían trenzado, y comenzaron a hacerle el
saludo:
S. «¡Salve, rey de los
judíos!».
C. Le golpearon la
cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando
las rodillas, se postraban ante él.
Terminada
la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron
su ropa. Y lo sacan para crucificarlo.
Pasaba uno que volvía
del campo, Simón de Cirene, el padre de
Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la
cruz.
Y conducen a Jesús al Gólgota (que
quiere decir lugar de «la Calavera»), y le
ofrecían vino con mirra; pero él no lo aceptó.
Lo crucifican y se reparten sus ropas,
echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba
cada uno.
Era la hora tercia cuando lo
crucificaron. En el letrero de la acusación
estaba escrito: «El rey de los judíos».
Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su
derecha y otro a su izquierda. [«Así se cumplió
la Escritura que dice: «Lo consideraron como un
malhechor»]
Los que pasaban lo injuriaban,
meneando la cabeza y diciendo:
S. «Tú que destruyes el
templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a
ti mismo bajando de la cruz».
C. De igual modo,
también los sumos sacerdotes comentaban entre
ellos, burlándose:
S. «A otros ha salvado
y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías,
el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para
que lo veamos y creamos».
C. También los otros
crucificados lo insultaban.
Al llegar la hora
sexta toda la región quedó en tinieblas hasta la
hora nona. Y a la hora nona, Jesús clamó con voz
potente:
+ «Eloí Eloí, lemá
sabaqtaní?».
C. (Que significa:
+ «Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?»).
C. Algunos de los
presentes, al oírlo, decían:
S. «Mira, llama a
Elías».
C. Y uno echó a correr
y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a
una caña, y le daba de beber diciendo:
S. «Dejad, a ver si
viene Elías a bajarlo».
C. Y Jesús, dando un
fuerte grito, expiró.
El velo del templo se
rasgó en dos, de arriba abajo.
El centurión,
que estaba enfrente, al ver cómo había expirado,
dijo:
S. «Verdaderamente este
hombre era Hijo de Dios».
C.
Había también unas mujeres que miraban
desde lejos; entre ellas María la Magdalena,
María la madre de Santiago el Menor y de Joset,
y Salomé, las cuales, cuando estaba en Galilea,
lo seguían y servían; y otras muchas que habían
subido con él a Jerusalén.
Al anochecer, como
era el día de la Preparación, víspera del
sábado, vino José de Arimatea, miembro noble del
Sanedrín, que también aguardaba el reino de
Dios; se presentó decidido ante Pilato y le
pidió el cuerpo de Jesús.
Pilato se extrañó
de que hubiera muerto ya; y, llamando al
centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que
había muerto.
Informado por el centurión,
concedió el cadáver a José. Este compró una
sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la
sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una
roca, y rodó una piedra a la entrada del
sepulcro.
María Magdalena y María, la madre
de Joset, observaban dónde lo ponían.