DESDE SU NACIMIENTO HASTA LOS 16 AÑOS
En una hermosa casa de campo, llamada Marianella, propiedad del
matrimonio José de Liguori y Ana Cavalieri, a 8 kilómetros de Nápoles,
nace nuestro Alfonso, el 27 de septiembre de 1696, a las 7 de la mañana.
Era jueves. Dos días después era bautizado en Nápoles, en la parroquia
de “Santa María de las Vírgenes”. Sus padres no se quedaron cortos a la
hora de buscarle en el cielo protectores: nada menos que 10 fueron los
nombres que le pusieron al recién nacido. El acta bautismal que aún
podemos leer, traducida al español, dice así: “El día 29 de septiembre,
sábado. Alfonso, María, Antonio, Juan, Francisco, Cosme, Damian, Miguel,
Ángel, Gaspar de Liguori, hijo del Señor Don José y de la Sra. Dña. Ana
Cavalieri, esposos: fue bautizado por mí, José del Mastro, párroco”. Fue
Alfonso el primogénito de 8 hijos con que Dios enriqueció a aquel
matrimonio. Alfonso y otros dos hermanos fueron más tarde sacerdotes y
dos hermanas fueron religiosas.
El Jesuita P. Francisco de Jerónimo, conocido entonces como el gran
misionero del Reino de Nápoles, visitando un día la casa de los Liguori,
tomó en sus brazos al niño Alfonso, que estaba en la cuna y con luz
profética dijo: “Este niño llegará a viejo, muy viejo, será obispo y
realizará grandes obras por Jesucristo”.
Francisco de Jerónimo y Alfonso María Liguori serían canonizados juntos,
143 años más tarde, el 26 de Mayo de 1839.
La Instrucción y formación de Alfonso es la de un noble de su tiempo. A
los 7 años comienza a estudiar humanidades clásicas. Además de tener un
talento extraordinario, fue siempre un estudiante muy aplicado. A los 12
años se matriculó en la Universidad, haciendo brillantemente los 5
cursos de leyes.
A mediados de enero de 1713, a sus 16 años, se sintió Alfonso con ánimos
y ciencia suficiente para afrontar el examen doctoral. Aprobó
brillantemente unos exámenes previos que había que hacer y, por fin, el
21 de Enero de 1713, pasó el examen principal y definitivo. Lo hizo
también con brillantez y quedó así investido con el título de Doctor en
Derecho Civil y Canónico. Para poderse uno presentar a este examen se
le exigían al candidato, entre otros requisitos, uno que ni con mucho
tenía Alfonso: haber llegado a los 21 años. El Virrey, Don Carlos
Borromeo Ares, se mostró muy generoso con Alfonso, dispensándole de la
edad que le faltaba. Es el caso de más edad dispensada en aquel tiempo.
Y ello, según dice la pragmática virreinal, “visto que ha estudiado toda
la carrera y que ha sacado todas las matrículas necesarias”.
DE LOS 16 A LOS 26 AÑOS
Antes de ejercer como abogado, dedicó Alfonso tres años a ampliar estudios
y a prepararse directamente en su profesión, bajo la dirección de
ilustres hombres de leyes.
A los 19 años, comenzó a ejercer de abogado, y desde el principio, con
gran acierto. Tanto, que al llegar a los 23 años, era considerado como
uno de los mejores abogados del Reino de Nápoles, donde era dificilísimo
destacar por aquel entonces, ya que esta profesión estaba muy en boga
por causa de los innumerables pleitos que había. Así las cosas, tuvo
lugar en Nápoles el pleito más importante de aquellos años: el gran
Duque de Toscana y el Duque de Orsini pleiteaban sobre la posesión de
una finca valorada en muchos millones.
El Duque de Orsini confió su causa a Alfonso. Alfonso, después de maduro
estudio, quedó convencido de que la razón la tenía el Duque de Orsini.
Hizo una defensa brillantísima, pero el resultado fue que perdió aquel
famosísimo pleito. El golpe que esto le produjo fue realmente terrible;
pero este golpe fue a la vez providencial: de aquí nació el gran cambio
de Alfonso. Desengañado del mundo, deja de ser el gran abogado para
convertirse en el gran paladín de la Iglesia del siglo XVIII.
DE LOS 26 A LOS 30 AÑOS
Después del famoso pleito, en el silencio y en la oración meditaba
Alfonso para tratar de ver cuál había de ser su futuro. Así, durante
varios meses, hasta que un día, visitando, como tenía por costumbre, el
hospital de los Incurables, oyó distintamente una voz interior que le
decía: “Alfonso, deja el mundo y entrégate a mí”. A pesar de la gran
impresión que esto le produjo, conservó la suficiente serenidad para
atender a los enfermos aquel día. Terminadas sus tareas curativas, iba a
salir del hospital, cuando de nuevo vuelve a oír aquella voz que le
repite: “Alfonso, deja el mundo y entrégate a mí”. Bien claro estaba:
Dios lo quería para Él. Conmovido hasta lo más íntimo del alma, Alfonso
se dirigió seguidamente a la cercana Iglesia de Nuestra Señora de la
Merced. Adoró largo rato a Jesús Sacramentado, que estaba expuesto
aquella tarde en la custodia; luego fue al altar de la Virgen de la
Merced, rezó largo rato también ante Ella y concluyó levantándose,
desciñéndose su espada de caballero y colocándola a los pies de la
Virgen. Así se declaraba su incondicional vasallo.
Aunque con mucha oposición de su padre, el 20 de septiembre de 1723,
cuando le faltaban 7 días para cumplir los 27 años, vistió el hábito
eclesiástico.
Los tres años siguientes, los dedicó al estudio de la Teología.
El 21 de Diciembre de 1726, recibía Alfonso la ordenación sacerdotal.
Contaba entonces la edad de 30 años.
MISIONERO Y FUNDADOR
Recién ordenado sacerdote, se entregó de lleno al apostolado. Los dos
primeros años predica y enseña catecismo en los suburbios de Nápoles y
en unas cuantas aldeas. Luego se lanza, de lleno, a la predicación y,
sobre todo, a la predicación de Misiones.
En 1732 visita con unos compañeros la región de las montañas de Amalfi.
Aquí se da cuenta de la ignorancia religiosa en que vivían aquellos
pastores y campesinos, sin ningún sacerdote que los instruyera, mientras
que en la ciudad de Nápoles sobraban los sacerdotes. Todo esto, unido a
las visiones sobrenaturales que Sor María Celeste Crostarrosa tuvo en
Scala, en las que el Señor le mostró a Alfonso como fundador y guía de
una congregación de misioneros, fue la causa de que Alfonso se dedicara
a fundar la Congregación del Santísimo Redentor. Al principio, se llamó
la “Congregación del Santísimo Salvador”. Por voluntad de la Santa Sede
cambió de nombre 17 años más tarde, en 1749, quedando definitivamente
con el nombre que ahora tiene: Congregación del Santísimo Redentor.
El 9 Noviembre de 1732 funda Alfonso, con un grupo de compañeros que han
decidido seguirle, la Congregación. El fin de la Congregación será
imitar a Jesucristo predicando, por pueblos y aldeas, el Evangelio y
fundamentalmente haciéndolo por medio de misiones. San Alfonso excluyó,
desde el primer momento de la fundación, cualquier otra obra que no
fuera predicación directa a la gente más necesitada espiritualmente.
MISIONERO Y ESCRITOR
A partir de la fundación, se abre la época más fecunda y plena en la
vida de Alfonso. Se convierte en el gran misionero y el gran escritor.
El gran misionero: durante 30 años, hasta su nombramiento de obispo en
1762, fue el Misionero, por antonomasia, del Reino de Nápoles. Recorre
las provincias del Reino con sus equipos Misioneros, distribuidos por
todos los pueblos. Toma por asalto, con el arma divina de la palabra,
pueblos y ciudades y no sale de allí hasta después de 12, 15 ó 30 días;
según las necesidades del sitio. Para que los misioneros puedan predicar
mejor las Misiones, escribe dos libros titulados “Reglamento para las
Santas Misiones” y “Ejercicios de la Santa Misión”.
El gran escritor: Durante estos 30 años predicó tanto que parece
imposible el que se dedicara a otra cosa que no fuera predicar, y
escribió tanto que parece imposible que tuviera tiempo de hacer otra
cosa que no fuera escribir.
La pluma y la predicación fueron sus dos grandes armas.
Estaba convencido de que el pueblo estaba muy necesitado de instrucción
religiosa y de que necesitaba aprender a rezar.
A esto precisamente van encaminados sus libros: unos, escritos
directamente para el pueblo y otros escritos para los que tienen que
formar al pueblo.
El voto que hizo San Alfonso de no perder ni un minuto de tiempo quizá
sea la clave para que podamos comprender cómo pudo predicar tantísimo y
escribir tantas cosas.
OBISPO
En 1762 el Papa Clemente XIII nombra a Alfonso obispo de Santa Águeda de
los Godos.
Quince años antes, había logrado que no lo nombraran Arzobispo de
Palermo. Ahora el Papa no se anduvo con contemplaciones y le mandó
aceptar el Obispado, en virtud de Santa Obediencia. Alfonso se sometió a
la voluntad de Dios con las palabras: “voluntad del Papa, voluntad de
Dios”.
Su pontificado dura hasta 1775. Durante estos 13 años, hizo que se
predicara dos veces la Santa Misión en todos los pueblos de la Diócesis.
Él mismo iba, ya a un pueblo, ya a otro, durante la Misión y predicaba
el Sermón Grande de la noche y siempre que estaba presente, predicaba el
Sermón de la Virgen.
Mientras estuvo de obispo, todos los sábados predicaba en la Catedral un
sermón sobre Nuestra Señora. Reformó el Seminario y el clero de toda
la Diócesis, que estaba un poco tibio cuando él llegó.
Se convirtió en el auténtico Padre de los pobres de su Diócesis. Para
poder socorrer a los pobres, llegó a vender hasta su coche (de caballos)
y su anillo episcopal.
Durante estos 13 años, no dejó de escribir libros. La mayoría de los
libros que durante este tiempo escribió fueron escritos para deshacer
los ataques, tan frecuentes y encarnizados por aquel entonces, contra la
fe , la Iglesia y el Papa.
ACEPTAN SU RENUNCIA AL OBISPADO. VUELVE A LA CASA DE PAGANI
Varias veces, Alfonso había dirigido sus instancias a los Papas Clemente
XIII y Clemente XIV para que le aceptaran la renuncia al Obispado. No
consiguió su objetivo.
Recién ascendido al Pontificado Pío VI, vuelve a la carga Alfonso,
solicitando lo mismo y Pío VI accede benignamente a sus ruegos. Alfonso
fundamentó su renuncia en las graves enfermedades de padecía.
Volvió loco de contento a la Congregación y vivió en Pagani los aún 12
años que le quedaban de vida. Años de muchos sufrimientos físicos y
morales, pero años de heroica Santidad. Siempre en su carrito de
ruedas, prácticamente pasaba el día ante el Sagrario o rezando en la
celda o por los corredores. Las anécdotas abundan al respecto:
-“Hermano, bájeme a la Iglesia, se lo suplico”.- “Allí hace mucho
calor”-, le responde el hermano. -“Sí, hermano, pero Jesús no busca el
fresco”. Otro día, “Hermano, ¿hemos rezado el Rosario?”. -Sí, Padre”,
“No me engañe porque del Rosario depende mi salvación”.
MUERTE Y GLORIFICACIÓN
El día 1 de Agosto de 1787, muere Alfonso en Pagani, al toque del
Angelus. Tenía, pues, 90 años, 10 meses y 5 días.
“En su larga vida, nos dice el P. Tannoia, no hubo minuto que no fuera
para Dios. . . Juzgaba perdido todo lo que no fuera directamente a Dios
o a la salvación de las almas”. En este testimonio del P. Tannoia está
la clave de la vida de Alfonso: “La gloria a Dios por la salvación de
las almas”.
Todo lo que no va a Dios o a las almas le estorbaba. Esto nos explica
los dos votos particulares que hizo: de hacer siempre lo más perfecto y
no perder un minuto de tiempo.
La Santidad de Alfonso ha sido reconocida por la Iglesia. En el margen
del acta Bautismal podemos leer lo que a través de los tiempos han ido
escribiendo manos piadosas: “Beatificado en Septiembre de 1816”.
“Canonizado el 26 de Mayo de 1839”. “Declarado Doctor de la Iglesia el
23 de Marzo de 1871”. “Declarado Patrono de Confesores y Moralistas el
26 de Abril de 1950”.
ALFONSO ESCRIBIÓ MÁS DE 120 LIBROS
No los podemos enumerar aquí todos, pero quede aquí constancia de
algunos de los más populares y conocidos: “Visitas al Santísimo
Sacramento”, “Las Glorias de María”, “El Gran medio de la oración”,
“Preparación para la muerte”, “Práctica del Amor a Jesucristo”.
Como obras especialmente dirigidas a sacerdotes, podemos citar, entre
otras: “Teología Moral”, “Práctica del confesor”, “Homo apostolicus” .
NOTA: A modo de apéndice te voy a poner en las páginas siguientes, algo
sobre San Alfonso y la Virgen. Esto mismo podríamos hacer con los otros
siete Redentoristas aquí reseñados, ya que una de las características de
todos ellos, como la de todo buen Redentorista, es la devoción a María.
Lo haremos con Alfonso por ser el Fundador y el que marcó la pauta.
SAN ALFONSO Y LA VIRGEN
Querer abarcar en unas breves páginas lo referente a San Alfonso y la
Santísima Virgen es algo imposible, pero vamos a recoger algunas
pinceladas que nos hablen de la entrañable devoción de Alfonso a María.
Nacimiento-Bautizo: Nace San Alfonso el 27 de
Septiembre de 1696, jueves, a las 7 de la mañana. A los dos días de
nacer es bautizado en la Parroquia de Santa María de las Vírgenes (“Dei
Vergini”). El párroco señala expresamente que se trata de un día que es
sábado, día especialmente dedicado a la Virgen.
Niñez: Ya desde muy niño, bebió en casa la devoción a
la Virgen. Su madre, Dña. Ana Cavalieri, era devotísima de la Santísima
Virgen y, por todos los medios, trataba de meter esta devoción en el
corazón de sus 8 hijos. De ellos, a 5, les puso el sobrenombre de María:
Alfonso María, Cayetano María, Ana María, Teresa María y Hércules María.
Además, quiso que todos sus hijos fueran bautizados en la misma Iglesia,
que estaba dedicada a la Santísima Virgen. Don Cayetano, siendo
sacerdote, cuenta cómo de niños los reunía su madre a los 8, por las
tardes, para enseñarles el catecismo y rezar el Santo Rosario. San
Alfonso, cuando era anciano, rezaba a la Santísima Virgen las oraciones
que aprendió de niño de labios de su madre.
Cómo había arraigado, desde niño, esta devoción en él, se nota en el
siguiente caso: en una ocasión, jugando a las bochas con otros
compañeros suyos, a uno, en el acaloramiento del juego y porque había
perdido la partida, se le escapó una palabrota. Alfonso se retiró a un
lugar oculto, colgó una estampa de la Virgen en la rama de un árbol y
estuvo allí largo rato rezando a la Santísima Virgen y pidiendo perdón
por su compañero.
Juventud: Durante sus estudios, manifestó continuamente su
devoción a la Virgen y él mismo recordará, más tarde, con especial
alegría, el día en que, a los 16 años, recibía el Título de Doctor en
Derecho en el cual hizo públicamente la profesión de fe de que creía
firmemente el Dogma de la Inmaculada Concepción de María y se
comprometió con juramento, delante de la concurrencia, a enseñar y
defender esta verdad. Hay que tener en cuenta que entonces aún no había
sido declarado como Dogma este privilegio de María.
A los 26 años, un día se fue a la iglesia de la Merced, rezó largo rato
delante del altar de la Virgen y luego, queriéndole demostrar lo mucho
que la amaba, se desciñó la espada que llevaba a la cintura y la colocó
a las plantas de la Virgen, declarándose así su vasallo incondicional.
Durante su juventud siempre perteneció a alguna asociación de jóvenes
fervorosos. Él recordó siempre, con especial predilección, su
inscripción en la Asociación de Nuestra Señora de la Visitación, en la
cual, además de comprometerse sus componentes a llevar una vida
cristiana ejemplar, tenía la vida y actividades de la Asociación un
matiz mariano muy marcado.
El sacerdote: Si grande fue su devoción a María durante
su niñez y juventud, grandísima lo fue desde el día en que se decidió a
dejar el mundo y hacerse sacerdote. Escribió y predicó de María como
quizá nadie lo haya hecho y la Santísima Virgen se lo premiaba con
frecuentes prodigios. Predicaba, en Enero de 1732, una novena, en honor
de la Virgen de los “Siete Velos”, en la ciudad de Foggia. Durante uno
de sus sermones, se quedó extático, contemplando a la Virgen, mientras
un rayo de luz salía de la imagen y envolvía a Alfonso. La gente comenzó
a gritar: “¡milagro!, ¡milagro!”.
Vuelto en sí, siguió predicando y con tal fervor que, aquel día, todos
se querían confesar y no daban abasto los numerosos confesores que
había.
Fundación de la Congregación - Gruta de Scala: Cuando
andaba preparando la Fundación de la Congregación, acostumbraba
retirarse a una gruta y allí estudiaba y pensaba las Reglas que la
habían de regir. Es tradición que la Virgen se le apareció muchas veces
en aquella gruta y que incluso le fue dictando las Reglas que regirían
la Congregación que entonces estaba para fundar. El mismo San Alfonso,
casi sin quererlo, confesó, ya muy anciano, que en aquella gruta había
recibido, siendo sacerdote joven, muchos favores de la Virgen: era el 19
de octubre de 1786; el P. Juan Constanzo le preguntó a San Alfonso si
deseaba que a la hora de la muerte se le apareciera la Santísima Virgen
para que Ella le ayudara en aquellos momentos. Alfonso le contestó que
él no merecía ese favor. El P. Juan Constanzo le recordó lo mucho que
había predicado sobre María y lo mucho que durante toda su vida la había
amado. Entonces San Alfonso, encendido el rostro, dijo al P. Constanzo:
“Mire, cuando yo era joven, hablaba a menudo con la Virgen (en la gruta
de Scala) y le pedía consejos en los asuntos de la Congregación. ¡Me
decía allá cosas tan bellas!, ¡Oh, gruta mía bendita!”.
Las Glorias de María: En 1750 publicaba San Alfonso el
mejor libro que quizá se haya escrito sobre la Santísima Virgen,
titulado “Las glorias de María”. Es este libro como el resumen de lo que
los sabios y el pueblo habían dicho y pensado sobre María y todo ello
pasado por su corazón, que ardía en amor a la Reina del cielo. Los
elogios hacia este libro han sido innumerables, pero el mejor elogio lo
podemos encontrar en el mismo San Alfonso, allá por el año 1784: le
estaba leyendo un Hermano unos párrafos de las Glorias de María y San
Alfonso estaba tan entusiasmado con lo que oía, que no pudo por menos de
preguntar: “¿Quién ha escrito cosas tan hermosas sobre la Virgen?,
¿Quién es el autor del libro?”. El hermano se lo leyó y Alfonso quedó
avergonzado.
PEREGRINACIÓN A LORETO
En 1762, al ser nombrado obispo de Santa Águeda de los Godos, hizo una
peregrinación al Santuario de la Virgen de Loreto. Fue muy penoso el
viaje, pero se le oía decir: “Todo lo que hagamos por nuestra Mamá María
es poco”. Pasó en Loreto tres días y se puede decir que no salía del
Santuario. Hasta de comer y de dormir se olvidaba, nos dice su
acompañante .
MARÍA EN LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL
San Alfonso fue el Director Espiritual de muchas personas; uno de los
puntales de su dirección fue siempre el inculcar la devoción a María. Al
comienzo de todas las cartas, ponía siempre: “Vivan Jesús, María y
José”. Y no hay carta de dirección espiritual que no hable de María.
OTROS BOTONES DE MUESTRA DE SU DEVOCIÓN A MARÍA
Sólo alguno, de los innumerables que encontramos en su vida. Cuando oía
tocar el reloj siempre rezaba un Ave María. Y cuando ya anciano, no oía
bien el reloj, pedía que se lo advirtieran cuando tocara. Al oír las
campanas del Angelus se arrodillaba para rezarlo. Jamás dejó un día de
rezar el Santo Rosario y decía que si dejaba de rezar el Rosario estaba
dudoso de su Salvación.
EN LA HORA DE LA MUERTE
Horas antes de la muerte, tuvo dos éxtasis, durante los cuales se le
apareció la Virgen. La causa de los éxtasis fue, las dos veces, el
ponerse Alfonso a mirar el cuadro de la Virgen de la Esperanza, que
presidía su cama.
A mediodía del 1 de Agosto de 1787, moría dulcemente. Era precisamente
el momento en que sonaban las campanas del Angelus. Murió con los
nombres de Jesús y María en sus labios.
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