DESDE SU NACIMIENTO HASTA LOS 15 AÑOS
Nace Gerardo Mayela el 23 de Abril de 1726, en
la pequeña ciudad de Muro, en el Reino de
Nápoles. Los habitantes de Muro eran, en aquel
entonces, unos cinco mil quinientos. Hoy cuenta
con unos doce mil.
Sus padres se llamaban Domingo Mayela y Benita
Galella. Su padre tenía montada en casa una
pequeña y humilde sastrería. Este matrimonio
tuvo tres hijas y un hijo, que fue nuestro
Gerardo.
Gerardo fue a la escuela desde los siete hasta
los doce años. Muy aplicado y bueno. En la
doctrina cristiana siempre fue el primero de la
clase.
A los doce años muere su padre. Tuvo que salir
de la escuela para poder ayudar a su madre y
hermanas. Se colocó entonces de aprendiz de
sastre en la sastrería de un tal Martín Pannuto.
La intención de Gerardo era aprender allí el
oficio, para después montar en su casa su propia
sastrería.
En la sastrería de Martín Pannuto estuvo hasta
los quince años. Pannuto era un hombre bueno y
quería mucho a Gerardo; pero tenía en su
sastrería un oficial que era malo de verdad y la
emprendió contra Gerardo. El hecho de que
Gerardo fuera muy estimado por el amo y de que
fuera un chico tan bueno, revolvía la bilis al
oficial. Cuando no estaba Pannuto insultaba a
Gerardo, lo abofeteaba y hasta le golpeaba con
la vara de medir las telas. Como Gerardo no se
quejaba, tardó mucho Pannuto en enterarse de
estos malos tratos. Al fin se enteró y lo
despidió.
En una lápida de mármol, de lo que fue sastrería
de Pannuto, se lee hoy día: «Aquí estuvo
el taller de Pannuto del cual hizo Gerardo
escuela de virtudes».
ALGUNAS COSAS EXTRAORDINARIAS DE ESTOS 15 AÑOS
Tantas cosas extraordinarias se sabían y se contaban de Gerardo, que
todo el mundo hablaba de él. Unos decían que era un Santo y otros que
era un loco. Lo mismo que le pasó a Cristo.
Uno de los primeros milagros conocidos es el que
tuvo lugar varias veces en la pequeña iglesia de
Capodigiano, dedicada a la Virgen de las
Gracias. Tenía Gerardo seis años. Se dirigía
Gerardo sólo a rezar a aquella iglesia de las
afueras de Muro; el Niño Jesús se bajaba de los
brazos de su Madre y jugaba al escondite con
Gerardo. Gerardo pensaba que se trataba de un
niño normal y corriente. Al despedirse, daba
Jesús a Gerardo un pan blanquísimo que puso en
la pista a la madre y a las hermanas para
comprobar el hecho.
A los siete años se acercó una vez a comulgar.
El sacerdote, como era natural, pasó de largo.
Gerardo se retiró llorando a un rincón. Por la
noche, le dio la Primera Comunión nada menos que
el Arcángel San Miguel. La primera comunión
oficial no la recibió hasta los doce años, según
costumbre de la época.
La afición de Gerardo a la oración, al ayuno y a
la penitencia comenzó desde muy niño. La madre
se desesperaba al ver que casi no comía y lo
poco que tomaba lo mezclaba con hierbas amargas.
En los tiempos de aprendiz de Pannuto, consiguió
del «llavero» de la catedral, que
era tío suyo, que le dejara por las noches las
llaves. Así se pasaba largas horas y a veces
noches enteras ante el Sagrario. Desde el
Sagrario le dijo una vez Jesús: «Loquillo,
loquillo» y Gerardo le respondió: «Más
loco eres tú que estas ahí encerrado por mi amor».
Su ilusión era, por entonces, hacerse religioso;
pero todas las Congregaciones le rechazaban a
causa del aspecto enfermizo que tenía.
DESDE LOS 15 HASTA LOS 23 AÑOS
Ya que no podía ingresar en ningún convento, aprovechó la oportunidad
que se le ofreció de ir a servir a un obispo de la vecina ciudad de
Lacedonia. Era el tal obispo muy bueno, pero de muy mal genio. No había
criado que parara con él más de dos o tres meses. Gerardo resistió
encantado hasta la muerte del obispo, acaecida tres años más tarde. Daba
todo por bien empleado, con tal de poder estar alejado del mundo y tener
a su lado, día y noche, una capilla con su amigo «encarcelado»,
como llamaba él a Jesús Sacramentado. Todo el tiempo que podía, iba a
hacerle compañía.
Muerto el obispo de Lacedonia, estuvo Gerardo
trabajando en varias partes, hasta que por fin,
abrió una sastrería propia; pero la tuvo que
cerrar bien pronto, ya que ese mismo año
aumentaron desmesuradamente los impuestos.
Durante estos años mantuvo y acrecentó sus tres
grandes devociones: la pasión del Señor, Jesús
sacramentado y María Santísima.
ALGUNOS HECHOS EXTRAORDINARIOS DE ESTOS AÑOS
Fue muy célebre por aquellos años el milagro del
pozo y la llave. Cierta tarde, el obispo, su
señor, se fue de paseo y dejó a Gerardo la llave
de las habitaciones, encargándole de que pusiera
en ellas orden. Con la llave en el bolsillo, fue
Gerardo a buscar agua al pozo de la plaza
pública, con tan mala suerte, que, al inclinarse
sobre el brocal, se le cayó la llave al fondo.
El pobre Gerardo quedó helado del susto. La
gente trataba de consolarlo. De pronto, una
inspiración cruzó por su mente: se fue corriendo
a la sacristía de la catedral, coge una
estatuilla del Niño Jesús, la ata a una cuerda
y, ante la general admiración de la gente que se
había ido reuniendo en gran número, baja hasta
el fondo la imagen del Niño Jesús atada a la
cuerda, mientras repite con fervor: «Jesús
mío, devuélveme la llave». Tiró Gerardo de
la cuerda y ¡oh prodigio!, entre sus manitas
traía el Divino Niño la deseada llave. Este pozo
existe aún y se le llama «el pozo de San
Gerardo».
Otro hecho: corría el mes de mayo de 1747.
Gerardo tenía veintiún años. Las Hijas de
María iban a sacar en procesión una imagen
de Santa María en torno a la cual, una
muchedumbre se apiñaba devota y recogida.
Gerardo contemplaba con devoción la imagen,
cuando de pronto, entra en una especie de
éxtasis, se abalanza por en medio del gentío
hasta la estatua y coloca su anillo en el dedo
de la Virgen. Vuelto a la muchedumbre, gritó: «Vedme
ya desposado con la Reina del cielo».
Aquel gesto sirvió para enfervorizar más a la
gente. Han transcurrido más de dos siglos y, hoy
día, todo el que visita la catedral de Muro,
puede ver la imagen de la Purísima con el anillo
que Gerardo le puso aquel tercer domingo de mayo
de 1747.
DESDE LOS 23 A LOS 26 AÑOS
Como hemos dicho, en varias ocasiones anduvo
llamando, sin éxito, a las puertas de distintos
conventos para ver si le daban entrada. Por fin
lo iba a conseguir, aunque también en esta
ocasión tuvo que luchar lo indecible.
Era el mes de abril de 1749. Un grupo de quince
Misioneros Redentoristas, capitaneados por el P.
Cáfaro, se presentaron en Muro para predicar la
Misión. Gerardo, desde el primer momento, quedó
encandilado por aquellos Misioneros. Se pegó a
ellos, con la idea de ganárselos, para que le
admitiesen en su Congregación. A las peticiones
de Gerardo, contestaba el P. Cáfaro con una
rociada tajante de negativas. Pero Gerardo
insistía. El P. Cáfaro avisó a la madre de
Gerardo para que el día de la partida de los
misioneros lo encerrara, no fuera que se
escapara con ellos. Así lo hizo la madre; lo
dejó encerrado en un cuarto alto. Pero Gerardo
anudó las sábanas de la cama, las ató a la
ventana y se descolgó por ellas. Sobre la mesa
dejó un papelito escrito. Decía así: «No
penséis en mí, voy a hacerme Santo». A
todo correr fue detrás de los Misioneros hasta
darles alcance. El P. Cáfaro, con secas
palabras, trató de despedirlo una y otra vez.
Todo fue inútil; Gerardo dijo que no se separaba
de ellos mientras no lo admitieran y que si no
lo hacían, se iría a las puertas del convento,
donde todos los días pediría limosna hasta
conseguir la admisión. Cedió por fin el P.
Cáfaro y envió a Gerardo al convento de Deliceto
con una carta para el Superior. La carta que
llevó en manos Gerardo decía: «Ahí le
mando este postulante que es completamente
inútil para el trabajo, por su complexión
enfermiza. No me ha sido posible deshacerme de
él; por lo demás, en su tierra, tiene opinión
entre la gente de joven virtuoso». El P.
Cáfaro se equivocó de medio a medio.
Gerardo, desde el primer día de su ingreso en la
Congregación Redentorista demostró, no sólo que
era el más Santo, sino también que era el que
más y mejor trabajaba en cualquier oficio que le
encomendaran.
Seis meses estuvo de postulante en la casa de
Deliceto. Esos seis meses se pueden resumir en
estas palabras del P. Caione: «Desde su
entrada, Gerardo fue un modelo en todo para sus
co-hermanos».
El Noviciado de los hermanos tenía, en aquellos
tiempos, tres partes, antes de llegar a la
Profesión. Vamos a ver estas tres partes.
PRIMERA PARTE DEL NOVICIADO
Solía durar seis meses, bajo la dirección de un Maestro de Novicios.
El novicio debía dedicarse preferentemente a los
ejercicios de piedad y a los trabajos de la
casa. El Maestro de Novicios que tuvo Gerardo,
durante esta primera parte de su noviciado, fue
precisamente el P. Cáfaro que, a la vez, era
Superior en aquella casa de Deliceto, desde un
mes antes de que Gerardo empezara el Noviciado.
Los trabajos que tuvo que desempeñar Gerardo
durante estos meses, fueron preferentemente en
la huerta y en las cuadras. Se daba tal maña
que, además de hacer las cosas bien, siempre le
sobraba tiempo para ayudar a los demás y tener
más tiempo para rezar y estar ante el Sagrario.
Durante este tiempo tuvo varios éxtasis; uno de ellos muy famoso,
porque lo presenció, en el comedor, toda la
Comunidad de Deliceto, más un grupo de Padres de
otras casas que estaban allí haciendo ejercicios
espirituales. Fue así: Gerardo era uno de los
que servían a la mesa. En un momento de
descanso, se puso a contemplar un cuadro que
allí había del «Ecce Homo» y, al
momento, se extasió, elevándose por los aires,
con una servilleta en una mano y un tenedor en
la otra. Trataron de hacerlo volver en sí , pero
no lo consiguieron, hasta que el P. Cáfaro, en
nombre de la obediencia, lo llamó.
SEGUNDA PARTE DEL NOVICIADO
Era éste un período más largo y se solía
prolongar varios años. El novicio vivía en
cualquiera de las Comunidades, a la manera de
los hermanos que ya tenían votos. Gerardo quedó
en Deliceto. Para Gerardo duró esta segunda
parte un año y medio.
Los oficios que durante este tiempo desempeñó
fueron los de sacristán, encargado de la ropería
y portero. Durante la mayor parte del tiempo
tuvo los tres oficios a la vez. Según nos dicen
sus contemporáneos, era tal el interés y el
esmero con que hacía las cosas que no se podían
hacer mejor.
Durante este tiempo fueron muchos los milagros
que Dios hizo por mediación de Gerardo:
numerosas curaciones milagrosas, muchas
conversiones de pecadores, adivinaciones de
pecados ocultos cuya revelación llevaba a los
pecadores a la conversión. Y muchos otros casos
milagrosos, incluso algunos que nos pueden
parecer hasta chuscos. Como botón de muestra, el
siguiente caso: al encargarle el P. Cáfaro de la
Portería le dijo: «Tan pronto como oiga
llamar, déjelo todo y vaya rápidamente a la
Portería». Pasan unos minutos, suena la
campana de la Portería y Gerardo pasa rápido
delante del P. Cáfaro, llevando en una mano el
tapón de la espita de una cuba y en la otra una
botella (estaba sacando vino para la comida). El
P. Cáfaro le dice: «Pero, ¿a dónde va
usted tan de prisa?». Gerardo contesta: «Perdón,
Padre, así me lo ha mandado Vuestra Reverencia».
Malhumorado, el P. Cáfaro le dice: «En el
horno debiera estar usted». Transcurrieron
unos minutos y el panadero se presenta al
Superior diciéndole: «Padre Cáfaro, el
hermano Gerardo está dentro del horno y no
quiere salir de allí porque dice que usted se lo
ha ordenado». Entonces, se acuerda el P.
Cáfaro de la escena anterior a ésta y le dice al
panadero: «Corra a la bodega, porque creo
que el hermano Gerardo ha dejado la cuba sin
cerrar». Pero, ¡oh prodigio!, la espita
estaba, en efecto, abierta pero ni una gota de
vino se había derramado. El P. Cáfaro cerró los
ojos, bajó la cabeza, cruzó las manos y exclamó: «Dios
guía a este hermano, adoremos al Señor».
TERCERA PARTE DEL NOVICIADO Y PROFESIÓN
Gerardo estuvo en esta tercera parte seis meses,
como en la primera. Comenzó a mediados de enero
de 1752 y terminó con la Profesión Religiosa el
16 de Julio del mismo año.
Estos seis meses de preparación para la
Profesión los vivió con toda intensidad. Redobló
el fervor en los ejercicios de piedad y
acrecentó, con permiso de los superiores, la
lista de sus mortificaciones que eran tantas y
de tal calibre que asustarían a cualquiera. Todo
le parecía poco al contemplar los sufrimientos
de Cristo en la Cruz.
Transcurridos los seis meses, y después de
haberse preparado más intensamente con quince
días de ejercicios espirituales, el 16 de Julio
de 1752, hizo lleno de gozo la Profesión
Religiosa, consistente en los votos de pobreza,
castidad y obediencia, junto con el voto y
juramento de perseverancia en la Congregación
hasta la muerte.
A estos cuatro votos que lo mismo entonces que
ahora hacen los Redentoristas, Gerardo añadió un
quinto voto que entonces hacían en la
Congregación: el de creer y defender como Dogma
el «Privilegio de la Inmaculada Concepción
de María», (todavía no había sido
declarado Dogma por la Iglesia). Además de estos
cinco votos, Gerardo hizo privadamente un sexto
voto, con permiso del Confesor: «El voto
de hacer siempre lo que creyera que era más
perfecto y agradable a Dios».
LOS 3 ÚLTIMOS AÑOS DE SU VIDA
Aunque son éstos los años en los que más materia
hay para tratar, no nos vamos a detener mucho.
Lo poco que vamos a decir nos reflejará lo
intensamente que vivió estos años.
Durante estos tres últimos años se lo disputaban
los Superiores, que lo querían en sus casas; los
Misioneros, que lo querían llevar a sus
misiones, ya que decían que hacía él más con sus
oraciones que ellos con su predicación; los
obispos, que le consultaban en muchos problemas
de gobierno de sus Diócesis; los religiosos de
otras congregaciones y órdenes, que le pedían
consejos; las religiosas de las que fue un
auténtico promotor y reclutador de vocaciones…
Con permiso de los Superiores y de los obispos
fue director espiritual de tres conventos de
monjas, uno de ellos el de Foggia, donde vivía
la Madre María Celeste Crostarosa, fundadora de
las Madres Redentoristas.
Inmortalizó la portería de la casa de
Materdomini con su caridad que le valió el
título de «Padre de los pobres»,
pues así le llamaban los pobres de aquella
comarca.
Sus penitencias, durante estos tres últimos
años, fueron más extraordinarias que nunca. El
Señor le hizo pasar por pruebas interiores muy
grandes, verdaderas noches oscuras del alma.
Aunque podríamos contar unos cuantos casos de
pruebas por las que pasó y milagros que hizo,
para no alargarnos, sólo vamos a relatar uno de
los milagros de estos últimos años. Nos lo
cuenta el P. Landi: Estaba Gerardo a la orilla
del mar. De un modo repentino, se desencadena
una furiosa tempestad. Juguete de la olas, una
barca se encuentra a punto de zozobrar con todos
sus tripulantes y marineros. Los parientes y
amigos gritan y lloran impotentes desde la
orilla. Gerardo, viendo que la barca se iba ya a
hundir, se dirigió con una oración al Señor y
luego se lanzó al mar. ¡Oh prodigio!: todo el
mundo lo vió caminar encima de las olas; llegó
hasta la barca, la agarró de la proa y exclamó: «en
nombre de la Santísima Trinidad, ven conmigo».
La llevó hasta la orilla, como si fuera un
liviano corcho y sin mojarse nada. ¡Milagro,
milagro!, gritaba la gente. Pero Gerardo,
aprovechando los gritos, las lágrimas y los
abrazos de los familiares, desapareció, y,
cuando quisieron darle las gracias, se
encontraron con que ya no estaba allí. Más tarde
le preguntó el P. Margotta cómo pudo hacer
aquello, a lo que Gerardo contestó humildemente: «Padre
mío, cuando Dios quiere, todo es posible».
MUERTE DE SAN GERARDO
Gerardo cayó gravemente enfermo del pulmón. Dos
meses le duró esta enfermedad que fue la que le
llevó a la muerte. Corría el año 1755.
El 15 de octubre, día de Santa Teresa, después
de recibir la comunión, dijo: «Hoy es
recreo por ser la fiesta de Santa Teresa, mañana
también lo será porque moriré yo» (los
Redentoristas celebran con día de recreo la
muerte de un co-hermano, indicando así que es el
día del triunfo, el día de la ida al Padre).
Y así fue; a media noche, entregaba dulcemente
su alma a Dios. Contaba Gerardo la edad de
veintinueve años y medio. Joven, pero muy maduro
para el cielo.
Fue beatificado por el Papa León XIII el 29 de
enero de 1893 y canonizado el 11 de diciembre de
1904, por Pío X.
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