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San Gerardo Mayela 

  Fiesta: 16 de Octubre 

SAN GERARDO MAYELA

1.726-1.755   

Cuando uno trata de hacer aunque nada más sea una brevísima reseña biográfica de San Gerardo, no puede menos de relatar hechos extraordinarios y milagrosos, a los que, a primera vista, se siente uno inclinado a estimar como leyendas o historietas, al estilo de las que se cuentan de muchos Santos de la Edad Antigua y Edad Media, las cuales nos resisten una crítica rigurosa. En el caso de Gerardo, tenemos documentación crítica auténtica y abundante, que no deja lugar a duda, en cuanto a la veracidad de tantísimos casos extraordinarios y milagrosos, con los que nos encontramos en su vida. Vamos a dar ahora algunos datos de su vida.

DESDE SU NACIMIENTO HASTA LOS 15 AÑOS

Nace Gerardo Mayela el 23 de Abril de 1726, en la pequeña ciudad de Muro, en el Reino de Nápoles. Los habitantes de Muro eran, en aquel entonces, unos cinco mil quinientos. Hoy cuenta con unos doce mil.

Sus padres se llamaban Domingo Mayela y Benita Galella. Su padre tenía montada en casa una pequeña y humilde sastrería. Este matrimonio tuvo tres hijas y un hijo, que fue nuestro Gerardo.

Gerardo fue a la escuela desde los siete hasta los doce años. Muy aplicado y bueno. En la doctrina cristiana siempre fue el primero de la clase.

A los doce años muere su padre. Tuvo que salir de la escuela para poder ayudar a su madre y hermanas. Se colocó entonces de aprendiz de sastre en la sastrería de un tal Martín Pannuto. La intención de Gerardo era aprender allí el oficio, para después montar en su casa su propia sastrería.

En la sastrería de Martín Pannuto estuvo hasta los quince años. Pannuto era un hombre bueno y quería mucho a Gerardo; pero tenía en su sastrería un oficial que era malo de verdad y la emprendió contra Gerardo. El hecho de que Gerardo fuera muy estimado por el amo y de que fuera un chico tan bueno, revolvía la bilis al oficial. Cuando no estaba Pannuto insultaba a Gerardo, lo abofeteaba y hasta le golpeaba con la vara de medir las telas. Como Gerardo no se quejaba, tardó mucho Pannuto en enterarse de estos malos tratos. Al fin se enteró y lo despidió.

En una lápida de mármol, de lo que fue sastrería de Pannuto, se lee hoy día: «Aquí estuvo el taller de Pannuto del cual hizo Gerardo escuela de virtudes».

 

ALGUNAS COSAS EXTRAORDINARIAS DE ESTOS 15 AÑOS

Tantas cosas extraordinarias se sabían y se contaban de Gerardo, que todo el mundo hablaba de él. Unos decían que era un Santo y otros que era un loco. Lo mismo que le pasó a Cristo.

Uno de los primeros milagros conocidos es el que tuvo lugar varias veces en la pequeña iglesia de Capodigiano, dedicada a la Virgen de las Gracias. Tenía Gerardo seis años. Se dirigía Gerardo sólo a rezar a aquella iglesia de las afueras de Muro; el Niño Jesús se bajaba de los brazos de su Madre y jugaba al escondite con Gerardo. Gerardo pensaba que se trataba de un niño normal y corriente. Al despedirse, daba Jesús a Gerardo un pan blanquísimo que puso en la pista a la madre y a las hermanas para comprobar el hecho.

A los siete años se acercó una vez a comulgar. El sacerdote, como era natural, pasó de largo. Gerardo se retiró llorando a un rincón. Por la noche, le dio la Primera Comunión nada menos que el Arcángel San Miguel. La primera comunión oficial no la recibió hasta los doce años, según costumbre de la época.

La afición de Gerardo a la oración, al ayuno y a la penitencia comenzó desde muy niño. La madre se desesperaba al ver que casi no comía y lo poco que tomaba lo mezclaba con hierbas amargas. En los tiempos de aprendiz de Pannuto, consiguió del «llavero» de la catedral, que era tío suyo, que le dejara por las noches las llaves. Así se pasaba largas horas y a veces noches enteras ante el Sagrario. Desde el Sagrario le dijo una vez Jesús: «Loquillo, loquillo» y Gerardo le respondió: «Más loco eres tú que estas ahí encerrado por mi amor».

Su ilusión era, por entonces, hacerse religioso; pero todas las Congregaciones le rechazaban a causa del aspecto enfermizo que tenía.

 

DESDE LOS 15 HASTA LOS 23 AÑOS

Ya que no podía ingresar en ningún convento, aprovechó la oportunidad que se le ofreció de ir a servir a un obispo de la vecina ciudad de Lacedonia. Era el tal obispo muy bueno, pero de muy mal genio. No había criado que parara con él más de dos o tres meses. Gerardo resistió encantado hasta la muerte del obispo, acaecida tres años más tarde. Daba todo por bien empleado, con tal de poder estar alejado del mundo y tener a su lado, día y noche, una capilla con su amigo «encarcelado», como llamaba él a Jesús Sacramentado. Todo el tiempo que podía, iba a hacerle compañía.

Muerto el obispo de Lacedonia, estuvo Gerardo trabajando en varias partes, hasta que por fin, abrió una sastrería propia; pero la tuvo que cerrar bien pronto, ya que ese mismo año aumentaron desmesuradamente los impuestos.

Durante estos años mantuvo y acrecentó sus tres grandes devociones: la pasión del Señor, Jesús sacramentado y María Santísima.

 

ALGUNOS HECHOS EXTRAORDINARIOS DE ESTOS AÑOS

Fue muy célebre por aquellos años el milagro del pozo y la llave. Cierta tarde, el obispo, su señor, se fue de paseo y dejó a Gerardo la llave de las habitaciones, encargándole de que pusiera en ellas orden. Con la llave en el bolsillo, fue Gerardo a buscar agua al pozo de la plaza pública, con tan mala suerte, que, al inclinarse sobre el brocal, se le cayó la llave al fondo. El pobre Gerardo quedó helado del susto. La gente trataba de consolarlo. De pronto, una inspiración cruzó por su mente: se fue corriendo a la sacristía de la catedral, coge una estatuilla del Niño Jesús, la ata a una cuerda y, ante la general admiración de la gente que se había ido reuniendo en gran número, baja hasta el fondo la imagen del Niño Jesús atada a la cuerda, mientras repite con fervor: «Jesús mío, devuélveme la llave». Tiró Gerardo de la cuerda y ¡oh prodigio!, entre sus manitas traía el Divino Niño la deseada llave. Este pozo existe aún y se le llama «el pozo de San Gerardo».

Otro hecho: corría el mes de mayo de 1747. Gerardo tenía veintiún años. Las Hijas de María iban a sacar en procesión una imagen de Santa María en torno a la cual, una muchedumbre se apiñaba devota y recogida. Gerardo contemplaba con devoción la imagen, cuando de pronto, entra en una especie de éxtasis, se abalanza por en medio del gentío hasta la estatua y coloca su anillo en el dedo de la Virgen. Vuelto a la muchedumbre, gritó: «Vedme ya desposado con la Reina del cielo». Aquel gesto sirvió para enfervorizar más a la gente. Han transcurrido más de dos siglos y, hoy día, todo el que visita la catedral de Muro, puede ver la imagen de la Purísima con el anillo que Gerardo le puso aquel tercer domingo de mayo de 1747.

 

DESDE LOS 23 A LOS 26 AÑOS

Como hemos dicho, en varias ocasiones anduvo llamando, sin éxito, a las puertas de distintos conventos para ver si le daban entrada. Por fin lo iba a conseguir, aunque también en esta ocasión tuvo que luchar lo indecible.

Era el mes de abril de 1749. Un grupo de quince Misioneros Redentoristas, capitaneados por el P. Cáfaro, se presentaron en Muro para predicar la Misión. Gerardo, desde el primer momento, quedó encandilado por aquellos Misioneros. Se pegó a ellos, con la idea de ganárselos, para que le admitiesen en su Congregación. A las peticiones de Gerardo, contestaba el P. Cáfaro con una rociada tajante de negativas. Pero Gerardo insistía. El P. Cáfaro avisó a la madre de Gerardo para que el día de la partida de los misioneros lo encerrara, no fuera que se escapara con ellos. Así lo hizo la madre; lo dejó encerrado en un cuarto alto. Pero Gerardo anudó las sábanas de la cama, las ató a la ventana y se descolgó por ellas. Sobre la mesa dejó un papelito escrito. Decía así: «No penséis en mí, voy a hacerme Santo». A todo correr fue detrás de los Misioneros hasta darles alcance. El P. Cáfaro, con secas palabras, trató de despedirlo una y otra vez. Todo fue inútil; Gerardo dijo que no se separaba de ellos mientras no lo admitieran y que si no lo hacían, se iría a las puertas del convento, donde todos los días pediría limosna hasta conseguir la admisión. Cedió por fin el P. Cáfaro y envió a Gerardo al convento de Deliceto con una carta para el Superior. La carta que llevó en manos Gerardo decía: «Ahí le mando este postulante que es completamente inútil para el trabajo, por su complexión enfermiza. No me ha sido posible deshacerme de él; por lo demás, en su tierra, tiene opinión entre la gente de joven virtuoso». El P. Cáfaro se equivocó de medio a medio.

Gerardo, desde el primer día de su ingreso en la Congregación Redentorista demostró, no sólo que era el más Santo, sino también que era el que más y mejor trabajaba en cualquier oficio que le encomendaran.

Seis meses estuvo de postulante en la casa de Deliceto. Esos seis meses se pueden resumir en estas palabras del P. Caione: «Desde su entrada, Gerardo fue un modelo en todo para sus co-hermanos».

El Noviciado de los hermanos tenía, en aquellos tiempos, tres partes, antes de llegar a la Profesión. Vamos a ver estas tres partes.

 

PRIMERA PARTE DEL NOVICIADO

Solía durar seis meses, bajo la dirección de un Maestro de Novicios. El novicio debía dedicarse preferentemente a los ejercicios de piedad y a los trabajos de la casa. El Maestro de Novicios que tuvo Gerardo, durante esta primera parte de su noviciado, fue precisamente el P. Cáfaro que, a la vez, era Superior en aquella casa de Deliceto, desde un mes antes de que Gerardo empezara el Noviciado. Los trabajos que tuvo que desempeñar Gerardo durante estos meses, fueron preferentemente en la huerta y en las cuadras. Se daba tal maña que, además de hacer las cosas bien, siempre le sobraba tiempo para ayudar a los demás y tener más tiempo para rezar y estar ante el Sagrario.

Durante este tiempo tuvo varios éxtasis; uno de ellos muy famoso, porque lo presenció, en el comedor, toda la Comunidad de Deliceto, más un grupo de Padres de otras casas que estaban allí haciendo ejercicios espirituales. Fue así: Gerardo era uno de los que servían a la mesa. En un momento de descanso, se puso a contemplar un cuadro que allí había del «Ecce Homo» y, al momento, se extasió, elevándose por los aires, con una servilleta en una mano y un tenedor en la otra. Trataron de hacerlo volver en sí , pero no lo consiguieron, hasta que el P. Cáfaro, en nombre de la obediencia, lo llamó.

 

SEGUNDA PARTE DEL NOVICIADO

Era éste un período más largo y se solía prolongar varios años. El novicio vivía en cualquiera de las Comunidades, a la manera de los hermanos que ya tenían votos. Gerardo quedó en Deliceto. Para Gerardo duró esta segunda parte un año y medio.

Los oficios que durante este tiempo desempeñó fueron los de sacristán, encargado de la ropería y portero. Durante la mayor parte del tiempo tuvo los tres oficios a la vez. Según nos dicen sus contemporáneos, era tal el interés y el esmero con que hacía las cosas que no se podían hacer mejor.

Durante este tiempo fueron muchos los milagros que Dios hizo por mediación de Gerardo: numerosas curaciones milagrosas, muchas conversiones de pecadores, adivinaciones de pecados ocultos cuya revelación llevaba a los pecadores a la conversión. Y muchos otros casos milagrosos, incluso algunos que nos pueden parecer hasta chuscos. Como botón de muestra, el siguiente caso: al encargarle el P. Cáfaro de la Portería le dijo: «Tan pronto como oiga llamar, déjelo todo y vaya rápidamente a la Portería». Pasan unos minutos, suena la campana de la Portería y Gerardo pasa rápido delante del P. Cáfaro, llevando en una mano el tapón de la espita de una cuba y en la otra una botella (estaba sacando vino para la comida). El P. Cáfaro le dice: «Pero, ¿a dónde va usted tan de prisa?». Gerardo contesta: «Perdón, Padre, así me lo ha mandado Vuestra Reverencia». Malhumorado, el P. Cáfaro le dice: «En el horno debiera estar usted». Transcurrieron unos minutos y el panadero se presenta al Superior diciéndole: «Padre Cáfaro, el hermano Gerardo está dentro del horno y no quiere salir de allí porque dice que usted se lo ha ordenado». Entonces, se acuerda el P. Cáfaro de la escena anterior a ésta y le dice al panadero: «Corra a la bodega, porque creo que el hermano Gerardo ha dejado la cuba sin cerrar». Pero, ¡oh prodigio!, la espita estaba, en efecto, abierta pero ni una gota de vino se había derramado. El P. Cáfaro cerró los ojos, bajó la cabeza, cruzó las manos y exclamó: «Dios guía a este hermano, adoremos al Señor».

 

TERCERA PARTE DEL NOVICIADO Y PROFESIÓN

Gerardo estuvo en esta tercera parte seis meses, como en la primera. Comenzó a mediados de enero de 1752 y terminó con la Profesión Religiosa el 16 de Julio del mismo año.

Estos seis meses de preparación para la Profesión los vivió con toda intensidad. Redobló el fervor en los ejercicios de piedad y acrecentó, con permiso de los superiores, la lista de sus mortificaciones que eran tantas y de tal calibre que asustarían a cualquiera. Todo le parecía poco al contemplar los sufrimientos de Cristo en la Cruz.

Transcurridos los seis meses, y después de haberse preparado más intensamente con quince días de ejercicios espirituales, el 16 de Julio de 1752, hizo lleno de gozo la Profesión Religiosa, consistente en los votos de pobreza, castidad y obediencia, junto con el voto y juramento de perseverancia en la Congregación hasta la muerte.

A estos cuatro votos que lo mismo entonces que ahora hacen los Redentoristas, Gerardo añadió un quinto voto que entonces hacían en la Congregación: el de creer y defender como Dogma el «Privilegio de la Inmaculada Concepción de María», (todavía no había sido declarado Dogma por la Iglesia). Además de estos cinco votos, Gerardo hizo privadamente un sexto voto, con permiso del Confesor: «El voto de hacer siempre lo que creyera que era más perfecto y agradable a Dios».

 

LOS 3 ÚLTIMOS AÑOS DE SU VIDA   

Aunque son éstos los años en los que más materia hay para tratar, no nos vamos a detener mucho. Lo poco que vamos a decir nos reflejará lo intensamente que vivió estos años.

Durante estos tres últimos años se lo disputaban los Superiores, que lo querían en sus casas; los Misioneros, que lo querían llevar a sus misiones, ya que decían que hacía él más con sus oraciones que ellos con su predicación; los obispos, que le consultaban en muchos problemas de gobierno de sus Diócesis; los religiosos de otras congregaciones y órdenes, que le pedían consejos; las religiosas de las que fue un auténtico promotor y reclutador de vocaciones… Con permiso de los Superiores y de los obispos fue director espiritual de tres conventos de monjas, uno de ellos el de Foggia, donde vivía la Madre María Celeste Crostarosa, fundadora de las Madres Redentoristas.

Inmortalizó la portería de la casa de Materdomini con su caridad que le valió el título de «Padre de los pobres», pues así le llamaban los pobres de aquella comarca.

Sus penitencias, durante estos tres últimos años, fueron más extraordinarias que nunca. El Señor le hizo pasar por pruebas interiores muy grandes, verdaderas noches oscuras del alma.

Aunque podríamos contar unos cuantos casos de pruebas por las que pasó y milagros que hizo, para no alargarnos, sólo vamos a relatar uno de los milagros de estos últimos años. Nos lo cuenta el P. Landi: Estaba Gerardo a la orilla del mar. De un modo repentino, se desencadena una furiosa tempestad. Juguete de la olas, una barca se encuentra a punto de zozobrar con todos sus tripulantes y marineros. Los parientes y amigos gritan y lloran impotentes desde la orilla. Gerardo, viendo que la barca se iba ya a hundir, se dirigió con una oración al Señor y luego se lanzó al mar. ¡Oh prodigio!: todo el mundo lo vió caminar encima de las olas; llegó hasta la barca, la agarró de la proa y exclamó: «en nombre de la Santísima Trinidad, ven conmigo». La llevó hasta la orilla, como si fuera un liviano corcho y sin mojarse nada. ¡Milagro, milagro!, gritaba la gente. Pero Gerardo, aprovechando los gritos, las lágrimas y los abrazos de los familiares, desapareció, y, cuando quisieron darle las gracias, se encontraron con que ya no estaba allí. Más tarde le preguntó el P. Margotta cómo pudo hacer aquello, a lo que Gerardo contestó humildemente: «Padre mío, cuando Dios quiere, todo es posible».

 

MUERTE DE SAN GERARDO

Gerardo cayó gravemente enfermo del pulmón. Dos meses le duró esta enfermedad que fue la que le llevó a la muerte. Corría el año 1755.

El 15 de octubre, día de Santa Teresa, después de recibir la comunión, dijo: «Hoy es recreo por ser la fiesta de Santa Teresa, mañana también lo será porque moriré yo» (los Redentoristas celebran con día de recreo la muerte de un co-hermano, indicando así que es el día del triunfo, el día de la ida al Padre).

Y así fue; a media noche, entregaba dulcemente su alma a Dios. Contaba Gerardo la edad de veintinueve años y medio. Joven, pero muy maduro para el cielo.

Fue beatificado por el Papa León XIII el 29 de enero de 1893 y canonizado el 11 de diciembre de 1904, por Pío X.

 

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